26.2.11

El Poder de Dios

En su Persona, oficios y sufrimientos, Cristo es la suma y la sustancia del evangelio, y debe ser el gran tema de la predicación de un ministro del evangelio, pero no tanto como para dejar fuera otras partes de la verdad y de la voluntad revelada de Dios. Pablo predicaba todo el consejo de Dios.

Pocos saben el temor y el temblor de los ministros fieles por el profundo sentido de su propia debilidad. Ellos saben cuán insuficientes son, y temen por sí mismos. Cuando nada sino Cristo crucificado es predicado con claridad, el éxito debe ser enteramente del poder divino que acompaña a la palabra, y de esta manera, los hombres son llevados a creer, a la salvación de sus almas.

Dondequiera que el evangelio sea eficaz, no sólo va de palabra, sino también con poder, por el Espíritu Santo, reviviendo pecadores muertos, librando a las personas de la esclavitud del pecado y de Satanás, renovándolos por dentro y por fuera, y consolando, fortaleciendo y confirmando a los santos, lo que no puede hacerse con palabras persuasivas de los hombres, sino por el poder de Dios. Y es una condición feliz que un espíritu de amor y mansedumbre lleve la vara, pero manteniendo una justa autoridad.