18.2.12

la gran verdad que había que predicar.

Hechos 13:26  Varones hermanos,  hijos del linaje de Abraham,  y los que entre vosotros teméis a Dios,  a vosotros es enviada la palabra de esta salvación.

Cuando nos reunimos para adorar a Dios debemos hacerlo no sólo con oración y alabanza, sino para leer y oír la palabra de Dios. No basta con la sola lectura de las Escrituras en las asambleas públicas; ellas deben ser expuestas y se debe exhortar a la gente con ellas. Esto es ayudar a que la gente haga lo necesario para sacar provecho de la palabra, para aplicarla a sí mismos.
En este sermón se toca todo cuanto debiera convencer de la mejor manera a los judíos para recibir y abrazar a Cristo como el Mesías prometido. Toda opinión, no importa cuán breve o débil sea, sobre los tratos del Señor con su Iglesia, nos recuerda su misericordia y paciencia, y la ingratitud y perversidad del hombre.
Pablo va desde David al Hijo de David, y demuestra que este Jesús es su Simiente prometida; el Salvador que hace por ellos, sus peores enemigos, lo que no podían hacer los jueces de antes, para salvarlos de sus pecados. Cuando los apóstoles predicaban a Cristo como el Salvador, distaban mucho de ocultar su muerte, tanto que siempre predicaban a Cristo crucificado.
Nuestra completa separación del pecado la representa el que somos sepultados con Cristo. Pero Él resucitó de entre los muertos y no vio corrupción: esta era la gran verdad que había que predicar.

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