18.2.12

Todos los que oyen el evangelio


Hechos 28:28  Sabed,  pues,  que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios;  y ellos oirán.

Pablo persuadió a los judíos acerca de Jesús. Algunos fueron trabajados por la palabra y otros, endurecidos; algunos recibieron la luz, y otros cerraron sus ojos contra ella. Este ha sido siempre el efecto del evangelio. Pablo se separó de ellos observando que el Espíritu Santo había descrito bien el estado de ellos. Todos los que oyen el evangelio, sin obedecerlo, tiemblen ante su sino, porque, ¿quién los sanará si Dios no? -Los judíos razonaron mucho entre ellos, después.

Muchos de los que tienen un gran razonamiento no razonan correctamente. Hallan defectuosas las opiniones de unos y otros, pero no se rinden a la verdad. Ni tampoco los convencerá el razonamiento de los hombres, si la gracia de Dios no les abre el entendimiento. Mientras nos dolemos por los desdeñosos, debemos regocijarnos que la salvación de Dios sea enviada a otros que la recibirán; si somos de ese grupo, debemos estar agradecidos de Aquel que nos ha hecho diferir. El apóstol se adhirió a su principio de no conocer ni predicar otra cosa sino a Cristo, y éste crucificado. Cuando los cristianos son tentados por su ocupación principal, deben retrotraerse con esta pregunta, ¿qué tiene que ver esto con el Señor Jesús? ¿Qué tendencia hay en eso que nos lleve a Él y nos mantenga caminando en Él? El apóstol no se predicaba a sí mismo, sino a Cristo y no se avergonzaba del evangelio de Cristo.

Aunque a Pablo lo pusieron en una condición muy estrecha para ser útil, no se sintió perturbado por ella. Aunque no era una puerta ancha la que se le abrió a él, sin embargo, no toleró que nadie la cerrara; y para muchos era una puerta eficaz, de modo que hubo santos hasta en la casa de Nerón, Filipenses 4:22. También de Filipenses 1:13, aprendemos cómo Dios pasa por alto la prisión de Pablo para el avance del evangelio. Y no sólo los residentes de Roma, sino toda la iglesia de Cristo, hasta el día presente, y en el rincón más remoto del planeta, tienen mucha razón para bendecir a Dios porque él fuera detenido como prisionero durante el período más maduro de su vida cristiana. Fue desde su prisión, probablemente encadenado mano a mano con el soldado que lo custodiaba, que el apóstol escribió las epístolas a los Efesios, Filipenses, Colosenses, y Hebreos; estas epístolas muestran, quizá más que cualesquiera otras, el amor cristiano con que rebosaba su corazón, y la experiencia cristiana con que estaba llena su alma.

El creyente de la época actual puede tener menos triunfo y menos gozo celestial que el apóstol, pero todo seguidor del mismo Salvador está igualmente seguro de estar a salvo y en paz al final. Procuremos vivir más y más en el amor del Salvador; trabajar para glorificarle con toda acción de nuestra vida; y con toda seguridad por su poder, estaremos entre los que ahora vencen a sus enemigos; y por su gracia gratuita y misericordia, en el más allá estaremos en la compañía bendita que se sentará con Él en su trono, así como Él venció y está sentado en el trono de su Padre, a la diestra de Dios para siempre jamás.